viernes, 17 de julio de 2015

El símbolo de la vida y su extinción.

Las avispas. Desde pequeñita me han gustado. Un día mi madre me contó que con cuatro años, estaba yo en el parque jugueteando en la arena y que de repente aparecí gritando de alegría, debido a mi gran nuevo descubrimiento: una avispa que agarraba por las alas. Ella se puso  gritar que la soltara, era peligroso y por lo visto debí hacerlo (solo tengo un vago recuerdo de agacharme tanto hacia ella que podía ver sus preciosas rayitas y también la intención de querer agarrarla primero por el cuerpo y luego... ) No tengo ningún tipo de trauma así que, no me debió de picar la dichosa reina a rayas.

Con los años, cuando veía alguna varada en mitad de una piscina, agarraba ese palo para sacar las hojas de las aguas y las salvaba, o si veía alguna atrapada en algún bar del que por mucho que lo intentara, la ventana no se hacía invisible, agarraba una servilleta y con cuidado la posaba encima y la sacaba a la calle.

Nunca me ha picado una avispa y eso que las he tenido bien cerca, como he dicho antes, siempre me han gustado. (Aunque si de repente escucho un enjambre, salgo por patas, es lo que tiene el instinto de supervivencia ;P)

Una cosa es ser amante de la naturaleza y apreciarla por lo que es...

Como por ejemplo, ver como una preciosa avispa semi blanca pone huevitos...en el alféizar de mi ventana. De verdad, ha sido precioso ver cómo la naturaleza sigue su curso, procreando en pro a la especie de cada uno.

PERO NO EN MI VENTANA!

Lo siento por sus huevos.
Es que ya tengo otro enjambre en la lámpara de la terraza y esas y yo ya nos conocemos.
No necesito vecinos nuevos que pueden no ser tan simpáticos...

En fin:

He ahí el símbolo de la vida y su extinción...

Saber apreciar, pero también apreciarse a uno mismo.

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